Camino por la orilla sin zapatos, descalzo. Apenas hay gente
en la playa, hoy no hace tan buen día como ayer. Está algo nublado y hace
viento. Los bajos de mis vaqueros se mojan con las olas, pero me importa poco.
Necesito pensar y el mar me hace pensar, así que no voy a irme de aquí hasta
que no me tranquilice del todo.
Mi padre se fue sin despedirse. No pude decirle que le
quería. No pude contarle todo lo que me había enseñado en la vida. De repente,
en un parpadeo, ya no estaba. Me sentí tan culpable que me metí al cuerpo de
bomberos para intentar saciar esa culpabilidad. Siendo como él, quizá me sentía
más en paz. Pero no, todo lo contrario. Siempre pensé que nunca llegaría a ser
como mi padre. Siempre tenía la presión de pensar qué haría mi padre en según
qué situaciones.
Mis hermanos tampoco lo tuvieron fácil. Mi sobrino nació 2
meses después de la muerte de mi padre. Sé que mi hermano lloró de alegría y de
pena al verle nacer. Alegría porque su hijo estaba en este mundo. Pena porque
su padre no podría verlo. Mi hermana era más joven. Vivía todavía en casa y se
comió todo el sufrimiento de mi madre. Por eso, durante unos meses, volví a
casa. Para repartirnos esa pena. Para consolar a mi madre cada vez uno y entre
nosotros.
Poco a poco, como dicen, el tiempo lo cura todo. Pero esto
no está curado. Sé que no lo estará nunca. Pero sentía que la herida se abría a
diario. Que 8 años no eran suficientes y tenía miedo de que fuera permanente.
Hasta que llegué aquí. Algo me hizo venir aquí. Algo me hizo pasar de largo por
aquel pueblo de costa en el que estuve a punto de alojarme y decidí no hacerlo
en el último momento y seguir conduciendo hasta aquí. Ese algo, seguramente,
era mi padre.
No soy creyente. No después de lo de mi padre. Aunque, a
veces, necesito creer en algo para paliar la desesperación. A veces si creo,
otras no. El caso es que no creo en el cielo ni en el infierno, pero si en las almas.
El alma de alguien como mi padre no pudo esfumarse ese día, como si nunca
hubiera existido. Quizá se quedó conmigo, o quizá estaba en alguna parte,
esperándome.
Quizá estaba en esa casa. O iba conmigo y yo no me había
dado cuenta hasta que he entrado ahí. Las cosas que he sentido en esa casa
nunca podré llegar a explicarlas del todo. La sensación de estar en un lugar
especial, como sagrado. Volver a coger una guitarra. Esa que ha sido mi enemiga
todos estos años y, a la que, al mismo tiempo, tanto había echado de menos. Esa
canción ha terminado por rematarme. Ha sido como si tuviera una cuenta
pendiente con mi padre y hoy, al fin, la hubiese pagado. Lo ha definido muy
bien. Es como si me hubiera quedado en paz. En paz. Nunca pensé que lo estaría.
Cuando me doy cuenta, he caminado más de lo que me apetece
volver, pero no me queda otra. Doy media vuelta y deshago el camino.
Irremediablemente, ella me viene a la cabeza. Sin duda, es especial. Tiene algo
especial. Su padre lo ha definido también muy bien. Pellizca. No solo cantando
sino que… pellizca. Con el último abrazo es como si me hubiera pellizcado el
alma. Justo necesitaba que alguien me abrazase y parece que ella, sin conocerme
de nada, lo sabía. Es como si supiera lo que sentía. Como si empatizara tanto
conmigo, que pudiera meterse en mi cabeza.
Es guapa. Sonrío al pensar eso mientras sigo caminando por
la orilla, esta vez, en dirección hacia el hotel. Es guapa, sin duda. Sin
postureo, sin filtros, así, cara a cara. Pero, además, es que tiene eso
especial. Con lo pequeña que es, y parece que tiene una fuerza especial. Sonrío
de nuevo, tampoco es que yo sea tan alto. Mido 1,82, pero cuánto mide ella?
Creo que como mi hermana más o menos. Uno sesenta y poco. Lo sé porque, cuando
la he abrazado, casi era la misma posición que adquiero al abrazarla a ella.
Me pongo nervioso si pienso en ir a cenar esta noche. No sé
ni qué cara poner, ni qué decir, después de mi espantada. Van a pensar que soy
un tío atormentado. No me considero así. Solo tengo mis fantasmas que me
persiguen. El caso es que, desde que he llegado aquí, parece que se están yendo.
Me apetece cenar con ellas. Si pienso en echarme atrás, no tengo escapatoria.
Tendría que ir a su casa a decirle que no, porque no tengo el teléfono de
ninguna de ellas para poder excusarme. Sonrío. Sin teléfonos. A la antigua.
Quedamos aquí a tal hora. Como cuando no había móviles y quedabas con tus
amigos.
Cuando llego a la altura del hotel, decido sentarme un rato en la orilla, sin mojarme los vaqueros por el trasero, claro. Me siento en la arena y miro al horizonte. Me quedo varios minutos así, casi sin pensar en nada. Como si no tuviera preocupaciones. Como si se hubieran esfumado de golpe. Me siento libre. Tiene que ser eso. Me siento libre y me siento en paz.
Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaasssssssssssss porfaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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