Me despierto con un dolor de cabeza importante. Necesito un
café y un buen chute de ibuprofeno. Bajo al buffet y desayuno de forma
contundente, con el último sorbo de zumo, el ibuprofeno. Vuelvo a la habitación
y me tumbo sobre la cama. Siento la necesidad de saber cómo está la niña,
aunque supongo que bien. Todavía no me puedo creer lo que pasó ayer. De
repente, viene a mi cabeza la chica de pelo ondulado al que ya le he puesto
nombre. Joder, a quien se lo cuente, no se lo cree. De hecho, no pienso
contárselo a nadie.
Salgo del hotel ya recompuesto, sin cefalea ni nada por el
estilo. No me apetece caminar ni pasear, solo sentarme en una tumbona de nuevo,
frente al mar, y beber cerveza. Poco más. La verdad es que no siento que esté
tirando los días a la basura, sino que los estoy aprovechando más que nunca. Aunque
sea rescatando a gente en el mar, pienso de forma irónica.
Llego a la playa y, al pasar al lado del chiringuito, oigo
una voz a mi espalda.
-Eh chaval! – exclama el camarero – ya pensaba que no
venías…
-Hola, qué tal? – digo de forma cortés –
-Ya les di tu recado – frunzo el ceño – a ellas… - señala
hacia el frente y, casi en primera línea de playa, una sombrilla que reconozco.
Allí están – la niña está estupenda…
-Me… - las miro y me siento contrariado – me alegro mucho… -
digo sonriendo – ponme una cerveza – digo de manera seca –
El hombre me mira, supongo que esperando que me acercase a
ellas, pero no se si quiero hacerlo. No quiero pasarme de listo. Mejor dejar
las cosas como están, aún así, lo más importante ya lo sé. La niña está
perfecta. Y encima me imagino acercarme a ellas y que se queden flipadas
pensando que me acerco porque está allí ella. En plan pesado. Qué va, paso…
Alquilo de nuevo una tumbona, esta vez un poco más lejana.
Es como si huyera de que me vieran. Me abro la lata de cerveza y me siento en
el borde de la tumbona. Tras beberme la cerveza como si fuera agua, me quito mi
camiseta y me voy a la orilla. Me meto en el agua, dejando que me aclare los
pensamientos. Miro de reojo hacia ellas, pero me pongo de espaldas. Me pongo
nervioso si pienso en el día de ayer. Me pongo nervioso si tengo que responder
preguntas o recibir un abrazo de agradecimiento. Bah, lo mejor es lo que estoy
haciendo. Salgo del agua un tanto renovado y me dirijo a la tumbona. Me siento
en el borde, secándome el pelo con la toalla por encima. Me pongo las gafas de
sol y entonces veo venir hacia mí una niña corriendo. No puede ser. No, no me
hagas esto…
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-Qué chico tan majo… - escucho a mi madre mientras se sienta
en la silla – va y nos recoge todo esto para que no lo perdamos…
-No le dimos ni las gracias… - dice Vero reflexiva – si no
es por él, no sé… - dice mirando a Carlota que nos mira con algo de
culpabilidad –
-No le demos más vueltas – digo segura – no ha pasado nada,
Carlota está bien… - me agacho – verdad cariño? – asiente – quieres que hagamos
castillos en la orilla?
-No… - dice algo temerosa – me puedo quedar aquí mamá? –
Vero me mira y suspira –
-Claro cielo…
No quiere acercarse a la orilla porque le da miedo. Le da
miedo el agua. Hemos dudado en si venir o no. Cierro los ojos resignada, eso va
a ser difícil que se le pase, aunque sí que ha querido venir a la playa.
-No sabemos ni siquiera como se llama verdad? – dice mi
madre de repente –
-Quién? – pregunto –
-Pues el chico de ayer… - dice Vero de lo más normal – ay de
verdad, yo necesito agradecérselo… no sé… - la miro de reojo – habrá alguna
manera de encontrarle… - mira hacia las tumbonas –
-Vero, eso solo pasa en las películas… - digo sentándome en
la arena – seguramente estaba por aquí de paso y ya no aparezca por aquí…
Vero se me queda mirando de forma extraña. Me incomoda
hablar de ese chico. No sé por qué, pero me incomoda. No debería. Si no es por
él, mi niña no estaría aquí jugando. Pero me pone tensa pensar que sea de esos
que cuenta estas cosas por ahí. Me veo las portadas. La ahijada de Malú, a
punto de morir ahogada. Se me ponen los pelos de punta si lo pienso.
-No creo que cuente nada… - dice Vero de repente, como si me
leyera la mente –
-Odio tanto que sepas lo que pienso… - digo de forma sincera
–
-Vas a desconfiar siempre de todo el mundo? – pregunta algo
indignada – ese chico se juega el pellejo por salvar a Carlota y tú lo único
que piensas es en si lo va a contar por ahí…
-Vero, eso no es así… - intento justificarme –
-Siempre te importa más el resto… - la miro con sentimiento
de culpabilidad –
-Mi hija es así Vero… - dice mi madre con tono normal – que
nadie se entere nunca de nada…
-Bueno ya está bien no? – digo algo indignada – no he
querido decir eso…
Las dos me miran y se miran entre sí. Carlota me mira en
silencio y sigue jugando con la arena. Sé que se está enterando de todo. Tienen
razón, debería de estar agradecida y estar deseando verle para darle las gracias…
pero lo único que quiero es que no aparezca por aquí.
-Cariño, quieres que nos bañemos? – dice Vero mirando a Carlota
–
-No – responde sin mirarnos – no quiero bañarme…
Nos miramos las tres, algo preocupadas.
-Y si la tata se baña contigo también? – la niña me mira y
niega con la cabeza –
Vero se alza de hombros y suspira. Va a ser muy difícil que
la niña vuelva a querer bañarse en el mar, ni siquiera en la orilla.
-Ala – exclama la niña mirando a la orilla – mami, mira! –
exclama levantándose y señalando hacia nuestra izquierda –
Me giro y le distingo a lo lejos, saliendo del agua. No puede
ser. Mis peores presagios se cumplen. Resulta que ha venido. Seguramente nos ha
visto y no ha querido ni acercarse. No sé si debería de tomármelo bien o mal.
-Carlota! – grita Vero saliendo corriendo detrás de ella – ven aquí!

Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaassssssssss porfaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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