Me despierto en la habitación con la sensación de haber
dormido durante días. Estoy hasta contento, me atrevería a decir. Me visto y
bajo al buffet a desayunar. Si hay algo en el mundo que me gusta, es desayunar.
El mejor momento del día para mí. Tras el desayuno, tengo el mecanismo
automático de buscar mi pastilla. Sonrío al saber que ya no me hace falta. Que
hace semanas que ya no la necesito.
Tras aquel golpe de suerte, todos los demonios se fueron
yendo poco a poco. De repente, me sentía mejor, la medicación parecía hacerme
efecto. O quizá era la libertad lo que me hizo efecto. Me costó dejar el
trabajo. Poca gente lo entendió. Al principio, me preocupaba mucho lo que
pensaran los demás. Luego, gracias al trabajo psicológico de mi psicólogo,
entendí que, estas cosas, no las entiende todo el mundo. Entendí que mi
problema era que había hecho durante muchos años lo que creía que debía hacer,
en vez de lo que quería… y que ese estado de ansiedad, de miedo, de temor
contínuo, era algo que podía cambiar. Se pasaría. Y así fue. Hace más de un
mes, en decisión conjunta con mi psiquiatra, decidimos bajar la dosis poco a
poco. Hasta que, hace casi un mes, dejé de tomar nada. El golpe de Sonia no me
ha afectado. No me ha hecho acudir a una farmacia a buscar ansiolíticos. Me
sorprende el pensamiento mientras sigo sentado en el comedor tras desayunar. No
me ha afectado para nada. Es más, siento liberación. Sonrío sin querer. Era una
persona tóxica. Negativa en sus pensamientos. Reacia a cuando le dije que
necesitaba ayuda. Mi dinero, eso era lo que importaba. Fue conocer la noticia
del gordo, y ya me quería más que a su vida. Cuando le ponía límites, me
chantajeaba. “No me quieres”, me decía. “No, no te quiero”. Eso es lo que
pienso que sentía ahora y no era capaz de decir.
Salgo del hotel dispuesto a dar una vuelta. Ayer llegué casi
de noche. Afortunadamente, entre semana, y en temporada baja, suele haber alguna
habitación libre. La última. Hasta en eso tuve suerte.
La chica me preguntó
cuanto tiempo iba a quedarme. Si era una noche o eran más. Sin pensarlo le dije
“una semana por lo menos”. Alzó una de sus cejas, mirándome extraño, y luego
sonrió fijando su mirada en la pantalla. Supongo que entendió que había
terminado allí dios sabe por qué.
Al salir del hotel, nada más girar la esquina, me encuentro
la playa. Suspiro sin querer. Pienso en volver a por el bañador, pero decido
hacerlo por la tarde. Solo quiero pasear ahora mismo. Pasear solo. Con mis
cascos, escuchando música de fondo mientras veo a toda esa gente estresada, con
sillas y sombrillas en las manos, corriendo por coger un buen sitio. Al llegar
a la arena, me quito las sandalias. Camino hasta la orilla, apenas hay gente
tan pronto. Al llegar a la orilla, el agua me roza y una brisa agradable me
quita todos esos sonidos relacionados con Sonia. Sabía que pasaría. Fin, se
acabó. Así de fácil es cuando sabes que no te quieren y cuando sabes que no
quieres. Tranquilizarte y tener tiempo para pensar ayuda mucho. Esto era lo que
necesitaba. Un segundo, solo un segundo en la orilla del mar, con aquel peñón
al fondo mirándome. Hace una temperatura muy agradable… parece Julio. Mis gafas
de sol me protegen de los primeros rayos de sol potentes que aparecen en la
playa. Camino por la orilla, encontrándome ya con algunos niños correteando por
allí. Sonrío al ver su inocencia. De hecho, me giro un par de veces para ver
cómo juegan con el agua. Bendita infancia.
Tras el paseo, detecto un chiringuito que parece bastante
cuidado. Voy a tomarme una cerveza, con mi camiseta blanca, mis pantalones
cortos y mis gafas de sol. A lo guiri. Me siento en la barra y pido una caña.
-Marchando! – exclama el camarero – quieres unas aceitunas o
algo? – me pregunta con acento gaditano. Sonrío y asiento –
Me giro, apoyando mis codos en la barra, con mi cerveza en
la mano, y bebo un trago. Saco mi paquete de tabaco, enciendo un cigarro y
entonces lo entiendo. Esto era lo que buscaba, además estoy convencido. Esto no
está pagado con nada.
maaaaaaaaaaaaaasssssssssssssss porfaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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